The Show Must Go On

Aún recuerdo la noche que cambió mi vida. ¿Saben? Mi vida era una de esas vidas destinadas a acercarse vertiginosamente hacia su fin. Habiendo fracasado como hijo, profesional y persona poco se podía esperar de mí, poco podía yo mismo esperar de mí. Me hallaba sumido en un pozo sin fondo, donde el único color que veían mis ojos era el negro y hacía tiempo que había perdido el control de mi vida y era ésta la que me controlaba a mí arrastrándome de un lado a otro. Y fue así, arrastrado por la inercia como aquélla noche salí y acabé en aquel pub.
Abundan los testimonios de personas que tras un grave accidente de tráfico o tras una grave enfermedad consiguen las fuerzas que les faltaban para cambiar y rehacer todo lo desecho durante tantos años. Sin embargo yo no necesité tanto, me bastó con verla a ella. No recuerdo ni quién nos presentó, sólo recuerdo que aquellos dos besos y su mirada indiscreta me bastaron para dar gracias a la divinidad pertinente, llámese Dios o Alá o como quieran ustedes, por aquel día en el que en un arrebato de locura y llanto una de aquellas pastillas resbalase por mis labios y cayese al suelo, y que tras un lavado de estómago y una semana de hospital todo hubiese quedado en un mal recuerdo.

Me salvó la vida, y no sería la primera vez. Me ofreció lo mejor de sí y luchó por sacarme de aquel pozo en el que me encontraba. Su amor me devolvió a la vida, enderecé mi camino, dejé algunos malos hábitos y todas las drogas, cambié de trabajo, me saqué un ciclo formativo, volví a cambiar de trabajo, ascendí en el trabajo… y hasta pagué (pagamos) la primera letra de nuestra hipoteca. Pero ante todo la amé, la amé como nunca nadie ha amado a nadie porque la quería y porque todo se lo debía a ella.

Puede que ahora mismo yo sea el único de los presentes que no tiene lágrimas en los ojos, pero seguro que soy el único que desearía estar en su lugar. Yo hice muchos más meritos que ella para acabar así.
Vaya, parece que nadie se ha acordado. Bueno, mañana volveré y le traeré una rosa blanca, su flor favorita. Volveré cada día para traerle una; nunca faltarán rosas blancas en su lápida.

En éstos 7 años ella consiguió que una única palabra rondase por mí cabeza pero sin llegar a creérmela del todo, felicidad, y justo cuando estaba empezando a creérmela… Como dije antes ella me salvó la vida y no sería la primera vez, de hecho seguro que habría caído en una profunda e irremediable depresión de no ser por su último regalo…
El parto se complicó y los médicos sólo lograron salvar a la pequeña.

Por ella, por ellas, la vida debe seguir.


Queen "The Show Must Go On"