martes, 14 de septiembre de 2010

Disposable Heroes

Sé que este personaje, cuyos artículos dominicales llevo siguiendo con más o menos fidelidad desde hace ya unos años, no es del agrado de la mayoría debido, precisamente, al contenido habitual de los citados artículos. Sin embargo, algunos esporádicos domingos se desvincula de su línea habitual para contarnos otras historias. A veces, esas historias son tan conmovedoras como la que hoy os traigo por aquí, pues tras leerla no he podido contener mis ganas de compartirla. Espero que les guste.


Una historia de guerra


Alguien escribió en cierta ocasión que si una historia de guerra parece moral, no debe creerse. Y alguna vez lo repetí yo mismo. Pero eso no es del todo verdad. O no siempre. Como todas las cosas en la vida, la moralidad de una historia depende siempre de los hombres que la protagonizan, y de quienes la cuentan. Ésta de hoy es una historia de guerra, y quiero contársela a ustedes tal como algunos amigos míos me han pedido que lo haga. La moralidad la aportan ellos. Yo me limito a ponerle letras, puntos y comas.

Base de Mazar Sharif, Afganistán. Cinco guardias civiles, de comandante a sargento, perdidos en el pudridero del mundo, formando a la policía afgana. Cinco guardias de veintidós llegados hace cinco meses y medio, desperdigados por una geografía hostil y cruel, en misión de alto riesgo, en una guerra a la que en España ningún Gobierno llamó guerra hasta hace cuatro días. Los cinco de Mazar Sharif, como el resto, eran gente acuchillada, porque lo da el oficio. Sabían desde el principio que a la Guardia Civil nunca se la llama para nada bueno. Y menos en Afganistán. Si lo que iban a hacer allí fuera fácil, seguro, cómodo o bien pagado, otros habrían ido en vez de ellos. Aun así, lo hicieron lo mejor que podían. Que era mucho. Atrincherados en una base con americanos, franceses, holandeses y polacos, vivían con el dedo en el gatillo, como en los antiguos fuertes de territorio indio. Igual que en los relatos de Kipling, pero sin romanticismo imperial ninguno. Sólo frío, calor, insolaciones, sueño, enfermedades, soledad. Peligro. Los únicos cinco españoles de la base, de la provincia y de todo el norte de Afganistán.

Ellos y sus compañeros habían llegado a la misión tarde y mal, aunque ésa es otra historia. Que la cuenten quienes deben contarla. Aun así, con la resignada disciplina casi suicida que caracteriza al guardia civil, se pusieron al tajo. Como era de esperar, no encontraron la mesa puesta. Quien estuvo por esos mundos con militares norteamericanos, holandeses y franceses, sabe de qué van las cosas. Sobre todo con los norteamericanos, que tienen a Dios sentado en el hombro como los piratas llevan el loro. Para hacerse un hueco entre sus aliados, distantes y despectivos al principio, no hubo otra que la vieja receta de Picolandia: aprender rápido, trabajar más que nadie, no quejarse nunca y ser voluntarios para todo. Y por supuesto, tragar mierda hasta reventar. Y así, a base de orgullo y de constancia, poco a poco, los cinco hombres perdidos en Mazar Sharif se hicieron respetar.

Un triste día se enteraron de la muerte de sus dos compañeros en Qualinao. De la pérdida de dos guardias civiles de aquellos veintidós que llegaron hace medio año, y de su intérprete. Y pensaron que el mejor homenaje que podían hacerles era que la bandera norteamericana que ondea en la base fuese sustituida, aquel día, por la española a media asta. Eso no se hace allí nunca, aunque a diario hay norteamericanos muertos, los franceses sufrieron numerosas bajas, y también caen holandeses y polacos. Así que el jefe de los guardias civiles, el comandante Rafael, fue a pedir permiso al jefe norteamericano. Accedió éste, aunque extrañado por la petición. Saliendo del despacho, el guardia civil se encontró con el jefe del contingente francés, quien dijo que a él y a sus hombres les parecía bien lo de la bandera. En ésas apareció otro norteamericano, el mayor James, que nunca se distinguió por su simpatía ni por su aprecio a los españoles, y con el que más de una vez hubo broncas. Preguntó James si los muertos de Qualinao eran guardias civiles como ellos, y luego se fue sin más comentarios.

A las ocho de la tarde, cuando fuera de los barracones apenas había vida, los cinco guardias se dirigieron a donde estaba la bandera. Formaron en silencio, solos en la explanada, cinco españoles en el culo del mundo: Rafael, Óscar, Rafa, Jesús y José. Cuando se disponían a arriar la enseña, apareció el teniente coronel francés con sus cuarenta gendarmes, que sin decir palabra formaron junto a ellos. Luego llegaron el mayor James, el teniente Williams y veinte marines norteamericanos. Y también los polacos y los holandeses. Hasta el pequeño grupo de Dyncorp, la empresa de seguridad privada americana destacada en Mazar Sharif, hizo acto de presencia. Todos se cuadraron en silencio alrededor de los cinco españoles, que para ese momento apretaban los dientes, firmes y con un nudo en la garganta. Y entonces, sin himnos, cornetas, autoridades ni protocolo, el capitán Rafa y el sargento José arriaron despacio la bandera. Una historia de guerra nunca es moral, como dije antes. Si lo parece, no debemos creerla. Pero a veces resulta cierta. Entonces alienta la virtud y mejora a los hombres. Por eso la he contado hoy.

Por Arturo Pérez-Reverte




Metallica "Disposable Heroes"

5 oyentes en el micrófono abierto:

Morgana 15 de septiembre de 2010, 22:11  

Conmovedora historia sin nisnguna duda, sólo que me deja un extraño regustillo de que nada de eso hubiera pasado si no nos hubieran implicado en una guerra absurda por los petrodólares.

José GDF 15 de septiembre de 2010, 23:02  

Lo de verdad lamentable es que a esas mismas personas hoy puede unirles una cosa, al día siguiente los puede separar, al cambiar algunas circunstancias socio-políticas, que nada de morales ni personales tienen.

Y en la línea de Morgana, añado que la mejor guerra que ha habido ni habrá es la que nunca se ha librado ni se librará.

Ana Belén 17 de septiembre de 2010, 12:57  

Hola Moya, verdaderamente resulta conmovedor que ante la pérdida de dos guardiaciviles españoles se unan a su dolor los guardias de otros países, pero conmovería mucho más que se negaran a atacar a miles de personas inocentes que no tienen la culpa de las ambiciones e intereses desmedidos de aquellos que sí promueven la guerra.Me indigna

Ana Belén 17 de septiembre de 2010, 15:48  

Aún así, no deja de ser conmovedor. Gracias por compartir la historia con nosotros.

carlos63 18 de septiembre de 2010, 23:46  

Si he conocido la historia en el blog de un corresponsal de guerra que incluye una foto y la carta de los Guardias Civiles. Muy conmovedora pero triste al venir de una guerra inútil que nadie quiere y esta perdida.

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